Más allá de la innegable capacidad productiva y del poderío tecnológico y logístico alcanzado por China, el primer problema que ya no puede ocultarse es su sistema político y el impacto tanto en la vida de la gente, como en la sostenibilidad de inversiones extranjeras.
China sigue ahí, nadie la va a detener, es ella misma y su sistema sociopolítico es lo que la frena, tal vez tenga que esperar para ser el Nº 1 mundial. Hay quienes ya retrasan a 2035 la fecha en la que China sería la primera potencia económica mundial, como señala Goldman Sachs, especialista que previamente había diagnosticado que sería en 2020.
El Centro Japonés de Estudios Económicos, que había pronosticado el liderazgo chino para 2028, ahora lo señala para 2033. Es decir, el crecimiento chino sigue su marcha, veremos cuánto tardará en lograr sus objetivos de convertirse en la primera del mundo.
Otros analistas y expertos consideran que este objetivo está por ver si realmente se produce, pero lo que es cierto es que China tiene problemas internos y no es ajeno al exterior.
Pero en esta nota también veremos que algunos especialistas proyectan que si China no se democratiza, nunca alcanzará el liderazgo.
China también afronta su demografía, ya que desde 2015 se ha reducido la población en edad de trabajar. La economía aún puede crecer rápidamente si mantiene un crecimiento fuerte de la productividad, dice el Premio Nobel de Economía 2008, Paul Krugman, que añade que “el futuro de China ya no es lo que era”.
La pandemia hizo tomar conciencia al mundo, de que su gobierno y el sistema político es algo muy controversial, y lo más importante es que el pueblo chico comenzó a manifestarlo.
El mundo le está quitando todo tipo de apoyo a China. Su duro sistema político parece haberse hecho más consciente para el mundo, y lo principal es que como nunca el pueblo Chino manifiesta su descontento con un sistema que parecía nadie iba a ponerse en contra.
La gran tensión geopolítica y la volatilidad económica no paran en un 2023 lleno de sombras para un Xi Jinping que ve como la guerra de Vladimir Putin se alarga, demasiado, casi inexplicablemente, en medio de una ambigüedad en su apoyo a Moscú, que económicamente no le favorece.
Xi ha visto que pese a las duras medidas contra Rusia aún no han logrado su estabilidad económica, la cual sufrió importantes grietas con las protestas contra su política de “covid cero” y que obliga a Pekín afrontar un año políticamente más tenso dentro y fuera de sus fronteras.
La gente literalmente grita en sus casas a oscuras en ensordecedores manifestaciones, que están en contra del gobierno y sus medidas y de todos los excesos que sufren, dignos de una película de ciencia ficción.
El mundo no es consciente del extremo dolor que sufren las personas en un sistema sumamente estadista, que restringe todas las libertades, más allá de una economía de capital.
China debió abrirse luego de un terrible cierre de casi tres años, pero están ahora resurgiendo un fuerte auge de infecciones de COVID, lo que podría afectar más su economía este año, y podría arrastrar el crecimiento regional y mundial, según afirmaron desde el FMI.
"Estuve en China la semana pasada, en una burbuja, en una ciudad donde no hay COVID", dijo la titular del Fondo Monetario, Kristalina Georgieva, y agregó: "Pero eso no va a durar una vez que la gente empiece a viajar".
Resurgen los casos de COVID y genera dudas sobre el impacto económico
"Durante los próximos meses, será difícil para China, y el impacto en el crecimiento chino será negativo, el impacto en la región será negativo, el impacto en el crecimiento global será negativo", afirmó.
La pandemia ha hecho estragos en su economía:
La cual se ve tocada por su poca transferencia de datos, además de subestimar el número de muertes ante una falta real de información sobre la realidad del coronavirus.
Nos volvemos a remontar a principios de 2020. De nuevo, Europa, EEUU y otros muchos países no se fían de los datos chinos, y la preocupación es alta cuando en el país se ha visto, por las recientes protestas internas, a levantar las restricciones, una inquietud que muestra que la vacuna china no ha sido un éxito y la inmunidad tampoco ha sido efectiva. De ahí que cuando China anunció que reabre sus fronteras la mayoría de los países ha empezado a pedir controles en todos sus aeropuertos a los viajes procedentes de China. Xi Jinping ha reforzado su tercer mandato viendo cómo el país siembra dentro y fuera de sus fronteras mucha desconfianza y hasta cierto miedo a volver a tiempos pasados.
China ha vuelto a abrirse al resto del mundo tras casi tres años de cierre de fronteras y a partir ahora el COVID-19 dejará de ser una enfermedad de categoría A. El nivel de máximo peligro, un desmantelamiento causado en el país ante las numerosas protestas contra las autoridades chinas, que vieron que el descontento les podría acarrear problemas no previstos. Un cambio «peligroso» si no va acompañado de un mayor control sanitario: los viajeros que entren al gigante asiático lo puedan hacer sin la cuarentena obligatoria impuesta desde marzo de 2020. Una nueva realidad sanitaria que comienza con el periodo de 40 días conocido en chino como «chunyun», la mayor migración anual del mundo, que sucede cada año durante el Año Nuevo Lunar, y con unos 2.000 millones de viajes entre el 7 de enero y el 15 de febrero, lo que siembra alarma ante un hipotético mayor número de contagios.
El mundo no acepta su negativa de compartir las tremendas cifras sobre el impacto del COVID. China sigue viviendo como si en el mundo alguien pudiese aislarse, y eso el mundo post pandemia no lo perdona.
El presidente chino sabe que la opacidad en 2020 no funcionó y tampoco va a funcionar en 2023, de ahí que si no quiere quedarse rezagado y económicamente dañado tendrá que ofrecer datos reales de la pandemia e inmunizar a su «gente» con vacunas más eficaces.
China está siendo su propio freno, para ser un top mundial, aferrándose a sistemas políticos que son caducos para el mundo actual.
China hoy genera desconfianza.
La economía china no va a crecer como ha venido creciendo hasta ahora. Indonesia y Vietnam le superan en el crecimiento económico, mientras muchas empresas chinas y extranjeras se van a Hanói por tributar menos y por una mano de obra más barata.
Incluso en estas navidades hemos visto que la pandemia y la crisis de suministros llevaron parte de la producción de juguetes a Vietnam. En 2027, el mercado de los juguetes de China alcanzará los US$ 78.210 millones, pero Vietnam ya le pisa los talones e, incluso, India, donde su mercado del juguete podría duplicarse en dos años pasando de los US$ 1.000 millones a los US$ 2.000 millones.
Vietnam e Indonesia seguirán creciendo en 2023 por encima de China.
Pierre-Antoine Donnet, periodista francés especializado en China, quien ha desarrollado más de una quincena de obras sobre China, Japón y el Tibet, explica las fragilidades de China que muy probablemente le impedirán arrebatarle el puesto de primera potencia mundial a Estados Unidos:
· La "política del terror", según Donnet, es la principal herramienta de poder del presidente Xi Jinping:
La política del terror lleva muy bien su nombre porque consiste en hacer desaparecer o encarcelar a todos los opositores políticos. O también torturarlos. O ponerlos en establecimientos psiquiátricos para quitárselos de encima
· China tiene un problema económico: Durante más de 30 años, China registró niveles de crecimiento de 10%. Ese crecimiento está simple y llanamente desmoronándose. El objetivo de crecimiento para 2022 es de 5%, pero yo pienso que éste estará muy por debajo del 3% (así lo fue). Esto significa que el 'sueño chino' está esfumándose poco a poco para una gran parte de la población.
La clase media china que, según creíamos, consume mucho, no ha desaparecido, pero los ingresos están cayendo. Esto hace que las inversiones extranjeras en China también se están restringiendo. Ahora estamos viendo que muchos hombres de negocios occidentales están partiendo de China.
El sector inmobiliario ha tenido bastantes grietas e incluso con conatos de descontento social ha logrado alto rendimiento, un sector que representa el 29% del PIB, pero la burbuja inmobiliaria de estas características su sostenimiento puede acarrear problemas en el futuro o bien ralentizarse su propio crecimiento. La vivienda es un lujo y los chinos la quieren.
· La estrategia cero COVID que ha impuesto el presidente chino forma parte también de esta política del terror.
Esta política tiene dos aspectos: de un lado, hacia el exterior, tiene como objetivo mostrar a China bajo una perspectiva favorable, es decir, un país que logró, en muy poco tiempo, vencer el COVID-19, lo cual no es en absoluto cierto.
El otro aspecto concierne a la política interior y consiste en aterrorizar a la población, en particular. Mostrar que la obediencia es lo único que funciona en China, y el que no obedece, será castigado.
Una prueba muy reciente de esto: las protestas en un barrio del este de Pekín. Las personas que manifestaban no eran numerosas, pero llevaban pancartas cuyos mensajes son muy elocuentes, pues decían lo siguiente: "No a los test Covid, queremos comer; no a las restricciones, queremos la libertad; no más mentiras, queremos dignidad; no a la revolución cultural, queremos reformas; no a los dirigentes, queremos votos; no más esclavitud, queremos ser ciudadanos".
Este mensaje traduce lo que está viviendo una parte de la población. No toda, por supuesto, porque no hay que generalizar, pero sí una buena parte. Esto muestra que en China hay un alto grado de descontento en estos momentos.
· El error del mundo de creer que China iba a dejar de ser una tiranía y convertirse en un estado democrático se ha terminado y el mundo lo está haciendo saber.
Durante muchos años, durante varios decenios, hubo una ingenuidad muy grande con respecto a China de parte de Occidente. Se pensaba que China estaba tomando el camino de la democracia, lo que ha sido un error absoluto y funesto. El principal iniciador de esta visión fue Estados Unidos.
Ellos también se han dado cuenta de ese error, pero demasiado tarde. El camino de China hacia la democracia no existe. Al contrario, ese país corre el riesgo de caer en un auténtico fascismo. Pienso que es absolutamente necesario que las naciones occidentales, y no solo ellas, sino también el resto del mundo, tomen conciencia del peligro que representa China para el mundo.
Ese peligro es político, ideológico y económico. Poco a poco, la gente está tomando conciencia de ello. Pienso que, dentro de algunos años, Occidente, y no solo Occidente, sino también muchos países que son los rehenes económicos de China, también se darán cuenta del peligro que representa ese país.