¿Acaso no fuiste feliz cuando iniciaste tu primer trabajo y comenzaste a ser autosuficiente?
¡Es cierto que había jefes que nos hacían trasnochar o trabajar los fines de semana… pero nos sentíamos importantes, con una vida infinita por delante!
Luego vinieron los incrementos de compensaciones, las promociones, la familia, los hijos, los aumentos de gastos, gastos necesarios y aquellos para darnos un gusto, como un viaje, un auto nuevo…
Muy pocos pensábamos en la cuenta bancaria, pero una noche desvelada allá por el 2010, nos dimos cuenta que a nuestro alrededor ocurrían cosas, como quiebras y/o fusiones de empresas, despidos de colegas o familiares sin trabajo.
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De repente la certidumbre se convirtió en incertidumbre y la ansiedad se hizo presente al ver el balance de nuestras inversiones, al analizar cuánto ahorrábamos mensual o anualmente por si acaso debíamos enfrentar una emergencia laboral.
A los pocos días, ya con la incertidumbre a cuestas, entendimos que nuestro horizonte laboral era finito, que no íbamos a enfrentar la misma situación que nuestros padres de retirarse “viejos” con el reloj de oro.
Veíamos a nuevos colaboradores, todos más jóvenes que nosotros, asumiendo cargos de responsabilidad.
Nuestra incertidumbre avanzaba en la medida que las empresas cambiaban sus políticas; nuestras compensaciones ya no crecían todo lo esperado, nuestros gastos aumentaban y nuestro bienestar financiero comenzó a ser un factor estresante en nuestras vidas.
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Comenzamos a solicitarles a las áreas de recursos humanos que consideren nuestro bienestar imitando a sus filiales de otros países, que nos otorgaran beneficios como planes de pensión… pero no siempre, por no decir, en pocos casos, fueron responsivas.
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Y allí nos encontramos solos en medio de un desierto, confundidos, a veces arrepentidos de la falta de conciencia financiera. Estábamos solos, con nuestras familias, en el mejor de los casos, mirando hacia un futuro muy incierto.
Nos preguntábamos si teníamos aún suficiente tiempo para asegurar nuestro futuro, porque lo logrado, no queríamos perderlo. Ya muchos habíamos vivido o vivíamos la necesidad de mantener el deshonroso retiro de nuestros padres.
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La incertidumbre para aquellos más autorreflexivos, en algún momento se transformó en terror. ¿Tengo a mis 40 suficiente tiempo para salvarme del abismo del retiro y mantener mi calidad de vida?
Obviamente que la respuesta es individual, pero a los 40, se nos había extinguido el 40% de nuestra vida laboral. Habíamos desperdiciado unos 15 años sin hacer planificación financiera.
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Habíamos antepuesto, en general, el consumo al ahorro, y para colmo, las empresas que nos empleaban no habían hecho nada para incentivarnos a invertir o prepararnos para el abismo que ellas mismas profundizaban al incrementar la rotación de los colaboradores.
Pero como siempre es bueno empezar tarde a no hacerlo, comenzamos entonces a planificar un cierto nivel de ahorro. Tarea sencilla para aquellos que podemos definir una asignación de nuestros ingresos para invertir y somos capaces de aprender sobre la expectativa de los retornos a largo plazo…
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Pero ¿cuánto tiempo me tiene que durar el dinero que ahorré?
Y allí fue cuando el desierto que pisábamos comenzó agrietarse y nos dio frío en la espalda.
Empezamos a escuchar sobre la esperanza de vida y su extensión, que la tecnología había conseguido alargar la expectativa en 10 años en los últimos 60.
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Entonces, dejamos de ser felices.
Porque nos dimos cuenta que nuestro bienestar financiero post retiro lo debíamos generar durante un poco más de un tercio de nuestra vida para poder mantenernos el último tercio de ella.
¡Qué realidad angustiante cuando salimos de la ignorancia! Porque en ese preciso momento aprendimos que el bienestar financiero es un concepto prioritario en nuestras generaciones.
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Que el bienestar financiero, lo debemos conseguir nosotros a través de una construcción de portafolios de inversión consistente en el tiempo y que las empresas deben cumplir un rol social mediante la instrumentación de planes de retiro a fin de poder gestionar su renovación generacional de manera no traumática.
La mejor manera de predecir el futuro es crearlo (Peter Drucker)
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